Jordi Savall: “Cuando dirijo Beethoven me siento como si tuviese veinte años”
En la biblioteca de Jordi Savall las únicas paredes que no están cubiertas por libros son las que sostienen sus violas de gamba. En las últimas semanas estos antiguos instrumentos, acostumbrados a alternar las danzas barrocas y los ritmos de Oriente Medio, han tenido una inusual sobredosis de Beethoven. El veterano director presenta hoy en L’Auditori de Barcelona el proyecto Academia Beethoven 250, que en dos años y cuatro conciertos ofrecerá las nueve sinfonías del compositor que arrastró el Clasicismo hacia el Romanticismo. Cuando termine esta integral, Savall habrá cumplido ochenta años.
- Maestro Savall, ¿de dónde viene la música?
- La música es lo más cercano a lo que podríamos considerar la esencia espiritual del ser humano. Es nuestro primer lenguaje. Un bebé entiende nuestra expresión y siente nuestro amor por la manera que tenemos de cantar las palabras. Y la música es también lo último que perdemos. Tenía un amigo, que murió de Alzheimer, que no me reconocía hasta que le hacía escuchar la música de uno de mis discos cuando iba a verle. Esto da la dimensión de lo importante que es la música dentro de la configuración del cerebro humano.
- ¿Cuándó viomque su primer lenguaje podía ser también su profesión?
- Los primeros años de mi infancia fueron amables, pero bastante complicados, por la situación de mi padre, soldado republicano refugiado en Igualada, después de haber sido gravemente herido. Todo se complicó aún más al morir en el frente el hermano mayor de mi madre. Pasé mucho tiempo solo. Empecé a estudiar en las Escuelas Pías y a cantar en el coro a los seis años. Mientras cantaba, todo cambiaba para mí. Desde entonces, siempre he hallado un refugio en la música. Al cambiar la voz llegó la adolescencia, e iba algo perdido. Era fan de Elvis Presley, tocaba la armónica, la guitarra, la percusión…
- Perdóneme, pero cuesta imaginarlo.
- Es que era así. Hasta que un día fui con el maestro Joan Just al conservatorio y estuve escuchando un ensayo del «Requiem» de Mozart, con la Schola Cantorum de la ciudad, acompañada por un cuarteto de cuerda. Quedé impresionado. Y me dije que, si la música tiene este poder, dedicarse a ella debía ser algo maravilloso. Decidí, sin preguntárselo a nadie, estudiar violoncello. Me sentí en seguida en casa, y ello me salvó, porque en aquellos años yo era un rebelde con mucha furia contra un mundo profundamente injusto y desigual.
- Y las primeras partituras que estudió eran de Bach.
- Sí, la mayoría eran transcripciones de obras para viola de gamba. Pero cuando tenía quince años Beethoven era la música que más me gustaba. Al escucharlo me ponía delante de un espejo a dirigir.
- Con todo, hasta ahora solamente había dirigido una de sus sinfonías, la Eroica, hace un cuarto de siglo. ¿Hay diferencias entre su Beethoven de entonces y el de ahora?
- Siempre las hay, hay todo un proceso de investigación y reflexión. Además, al interpretar nunca repites nada exactamente, es la gran fuerza de la música.
- ¿Por qué es tan diferente interpretar Beethoven con criterios históricos?
- Porque utilizamos instrumentos de su época, que son distintos. Los violines, violas, violonchelos y contrabajos utilizan cuerdas de tripa en lugar de metálicas, y arcos más ligeros y sensibles. En el grupo de vientos las flautas, oboes, clarinetes y fagots son de madera (los mismos instrumentos de hoy son de metal), y las trompetas y los cornos son naturales (sin pistones). Todo ello da un sonido, una articulación y unos contrastes totalmente diferentes. La orquesta de Beethoven, además, tenía una perfecta proporción entre cuerdas (32 instrumentos) y vientos (13). En las orquestas sinfónicas actuales, con un centenar de músicos, los vientos quedan en minoría. Si se equilibran, esta música tiene un brillo, una articulación fantástica, con todo su nervio.
- ¿Se considera un privilegiado por poder ver a Beethoven desde este punto de vista?
- Sí, y ya empezamos a prepararlo con la grabación de las tres últimas sinfonías de Mozart, que son su testamento sinfónico. Empieza a hacer 1788 lo que acaba logrando Beethoven doce años después. Hasta entonces, las sinfonías eran música para divertir a los nobles. Las de Beethoven se inspiran en los ideales de la revolución francesa, «Libertad, Igualdad, Fraternidad». Están pensadas ya para un nuevo público más amplio y sin distinción de clases. Por ello son aún tan actuales.
- Hablando de actualidad, ¿cómo ve la política catalana?
- Aquí luchamos por un reconocimiento de la cultura. El independentismo catalán es cosmopolita, no es populista, aunque en Europa haya gente que lo vea así -erróneamente, a mi entender-. Muchas de las razones que el pueblo catalán tiene para querer sentirse libre tienen que ver con una voluntad de ser reconocido y ser visible, no porque quiera ir contra nadie. Esto es una diferencia fundamental respecto a los populismos, por ejemplo, de Flandes.
- En comparación con otros directores como Gardiner o Harnoncourt, usted ha escrito poco. ¿Por qué?
- Ellos están muy centrados en un repertorio concreto. Yo hago música medieval, del Renacimiento, Barroco, Clásica, músicas del mundo, acciones sociales como el proyecto Orpheus XXI, soy editor… Escribir pide mucho tiempo, y ya lo hago para presentar mis nuevos proyectos en Alia Vox. Cuando no pueda seguir tocando, escribiré más.
- Si es así, casi prefiero que no escriba.
- Hasta ahora estoy en buena forma. Con nuevos proyectos, como ahora, dirigiendo Beethoven, con un grupo fantástico de profesionales y jóvenes músicos, me siento como si tuviese veinte años. Estoy aprendiendo nuevos aspectos, investigando, memorizando los tiempos propuestos por el compositor, pero sobre todo estudiando e intentando conseguir esta «expresión de los sentimientos» que siempre exigía a un buen intérprete. Compartir todo esto con el público que viene a los conciertos te da una energía fantástica.